El mundo que nuestros ojos ven no es el inicio de la realidad, sino el último peldaño de una cadena de emanaciones invisibles. Todo lo que se percibe —cada forma, cada color, cada sonido— es la manifestación final de una energía que fluye de una fuente infinita. No se trata de un universo creado y luego abandonado; es una corriente permanente y sostenida que nunca se detiene, un flujo inagotable que da forma y sostiene todo lo que existe.
Mas que una luz que “viaja”, es una luz que se va densificando a través de distintos niveles de existencia. Es un plan, una idea divina que se contrae sobre sí misma, pasando de un estado de pura información a formas cada vez más concretas. De lo sutil del pensamiento surge la vibración emocional; de la emoción, la fuerza instintiva que empuja a la acción; y de esa fuerza, finalmente, cristaliza la materia. Es un proceso de contracción de la Luz, que desciende desde la levedad de lo infinito hasta la densidad de lo terrenal.
Y en medio de esa sagrada progresión, hay un punto de encuentro sublime: el ser humano. Es el cierre de la emanación y la puerta de retorno hacia lo infinito. En cada individuo, la emanación no solo circula: se sabe a sí misma. En el ser humano, la creación no termina: se despierta y se hace consciente.
La respiración es el vehículo por el que el flujo vital de la emanación se hace perceptible. En ese simple acto, el vasto e infinito flujo de la creación no solo existe, sino que se percibe a sí mismo.
El ser humano es la respiración consciente del Infinito. Es el punto culminante en el que la luz se vuelve vida, consciente de su propia divinidad y de la sagrada responsabilidad de ser el espejo en el que el universo se mira y se reconoce. El ser humano no es solo reflejo de la creación: es la creación misma reconociéndose y continuándose en él.
Que se despierte en nosotros la certeza de que somos emanaciones vibrantes del Infinito.
Que cada respiración nos recuerde que la Fuente se expresa en nuestro ser.
Que nuestra mente se abra para reconocer la verdad de la Unidad.
Que nuestro corazón se disponga a escuchar el llamado de la Luz.
Que podamos descubrir, cada uno, la parte de la creación que nos corresponde continuar.
Que nuestras acciones sean el cauce consciente por donde la emanación se despliega en el mundo.
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