jueves, 4 de diciembre de 2025

El último peldaño (de la emanación) que abre el siguiente

El mundo que nuestros ojos ven no es el inicio de la realidad, sino el último peldaño de una cadena de emanaciones invisibles. Todo lo que se percibe —cada forma, cada color, cada sonido— es la manifestación final de una energía que fluye de una fuente infinita. No se trata de un universo creado y luego abandonado; es una corriente permanente y sostenida que nunca se detiene, un flujo inagotable que da forma y sostiene todo lo que existe.


Mas que una luz que “viaja”, es una luz que se va densificando a través de distintos niveles de existencia. Es un plan, una idea divina que se contrae sobre sí misma, pasando de un estado de pura información a formas cada vez más concretas. De lo sutil del pensamiento surge la vibración emocional; de la emoción, la fuerza instintiva que empuja a la acción; y de esa fuerza, finalmente, cristaliza la materia. Es un proceso de contracción de la Luz, que desciende desde la levedad de lo infinito hasta la densidad de lo terrenal.


Y en medio de esa sagrada progresión, hay un punto de encuentro sublime: el ser humano. Es el cierre de la emanación y la puerta de retorno hacia lo infinito. En cada individuo, la emanación no solo circula: se sabe a sí misma. En el ser humano, la creación no termina: se despierta y se hace consciente.


La respiración es el vehículo por el que el flujo vital de la emanación se hace perceptible. En ese simple acto, el vasto e infinito flujo de la creación no solo existe, sino que se percibe a sí mismo.


El ser humano es la respiración consciente del Infinito. Es el punto culminante en el que la luz se vuelve vida, consciente de su propia divinidad y de la sagrada responsabilidad de ser el espejo en el que el universo se mira y se reconoce. El ser humano no es solo reflejo de la creación: es la creación misma reconociéndose y continuándose en él.


Que se despierte en nosotros la certeza de que somos emanaciones vibrantes del Infinito.


Que cada respiración nos recuerde que la Fuente se expresa en nuestro ser.


Que nuestra mente se abra para reconocer la verdad de la Unidad.


Que nuestro corazón se disponga a escuchar el llamado de la Luz.


Que podamos descubrir, cada uno, la parte de la creación que nos corresponde continuar.


Que nuestras acciones sean el cauce consciente por donde la emanación se despliega en el mundo.



R-I-64

jueves, 27 de noviembre de 2025

El camino interior

En un mundo saturado de información y mediadores, la espiritualidad ha quedado muchas veces confiada a templos, estructuras y figuras de autoridad. La búsqueda se orienta hacia lo externo: palabras ajenas, rituales heredados, promesas futuras. Pero el lugar de la verdad permanece siempre en el interior.


El misticismo, en su sentido más profundo, no es una práctica esotérica ni reservada a unos pocos. Es la experiencia directa de la unidad entre el ser y lo divino. Es el reconocimiento de que la consciencia no está separada de la Fuente, sino que es expresión de ella.


Las enseñanzas de Jesús pueden entenderse desde esta clave. Su mensaje no fue el de erigir jerarquías, sino el de recordar que el Reino se encuentra en lo íntimo de cada uno. La unidad que proclamaba no se refería a una distancia que había que superar, sino a un velo que debía caer.


La mayor barrera frente a lo sagrado es la creencia de que solo otros tienen acceso. Los maestros, los guías o los textos pueden señalar una dirección, pero el recorrido hacia el templo interior es personal e intransferible.


En este sentido, el misticismo devuelve al ser humano la responsabilidad de su propio camino. Recordarle que es a la vez templo, ofrenda y presencia de lo divino. Ese camino se abre tanto en el silencio contemplativo como en la reflexión consciente. Aquietar la mente permite escuchar lo que ya habita en lo profundo; pero también lo hacen el estudio, la pregunta existencial y el diálogo sincero con uno mismo.


Así, la espiritualidad se convierte en un viaje interior que se despliega a medida que la consciencia se aquieta, se interroga y se abre a su propia fuente.


Que recordemos en todo momento que la Luz Divina habita en nosotros y se expresa a través de nuestro ser.


Que nuestras mentes se aquieten y se abran para recibir las ideas puras, y que nuestro corazón se mantenga receptivo y claro, libre de temor o duda.


Que cada pregunta que nazca en nosotros nos acerque más a la Verdad, y que cada reflexión nos muestre con claridad el camino correcto.


Que todo lo que pensamos, sentimos y hacemos se armonice con la Presencia de Dios en nosotros, y que esta certeza nos acompañe en cada paso, en cada palabra y en cada silencio.


Que sepamos que somos templos vivos, canales de bien y expresión de la Fuente infinita, y que en nuestra unión con lo divino hallamos siempre paz, claridad y plenitud.




R-I-63

jueves, 20 de noviembre de 2025

La Sabiduría Oculta del Sistema Inmunológico

El sistema inmunológico es más que un simple mecanismo de defensa. Funciona como un radar biológico y energético que está en constante diálogo con el ser. Responde no solo a los estímulos físicos, sino también a la resonancia de los pensamientos, las emociones y las verdades que no se expresan. Este centinela interno tiene la capacidad innata de discernir entre lo que es auténticamente parte de la esencia de un ser y lo que no le pertenece. 


Cuando hay coherencia interna —una alineación entre las acciones, los pensamientos y la verdad personal—, el cuerpo lo reconoce y se fortalece. Una vida vivida desde la autenticidad nutre al sistema inmunológico, reforzando su misión. Sin embargo, en momentos de incoherencia, el cuerpo emite señales. Es posible que el éxito externo, el estatus o el reconocimiento social sean evidentes, pero el cuerpo guarda la memoria de la distancia que hay de la propia verdad. En esos instantes, la vitalidad puede debilitarse,manifestando un llamado a corregir el rumbo.


Escuchar al cuerpo, en este sentido, es ir más allá de la sensación física. Es un acto de sintonizar con una sabiduría del alma que busca la alineación y la sanación. Esta escucha invita a detenerse para preguntarse si se vive el camino propio o el de otro, si se honran los valores o se cede ante el miedo.


La práctica meditativa o yóguica es un espacio para reconectar con esa voz interna. A través de la quietud y la respiración consciente, se puede aprender a sintonizar ese radar interno, a reconocer las señales de incoherencia y a encontrar la valentía para alinear el camino. Es un gesto de amor y un retorno a la propia verdad. La práctica es el puente que une el mundo interior con el exterior, una herramienta para silenciar el ruido y escuchar la verdad interna, permitiendo que el cuerpo y el alma vivan en unísono.


Y aunque esta alineación interior aporta claridad y fortaleza, no significa que el camino esté libre de desafíos. La vida, en su profunda sabiduría, a menudo nos presenta retos físicos o emocionales que forman parte de nuestro aprendizaje y rectificación del alma (tikun). Lo que sí nos ofrece la coherencia es la fuerza interna para abrazar esos desafíos con humildad y gracia, sabiendo que incluso en la enfermedad hay una oportunidad de crecimiento y de conexión con nuestra verdad más profunda.



Que con humildad nos abramos a la profunda sabiduría de nuestro cuerpo, reconociendo en cada desafío una oportunidad para la rectificación de nuestra alma. 


Que nos liberemos de las auto justificaciones y busquemos alinear nuestra voluntad con la de la verdad, permitiendo que la gracia y el bienestar se manifiesten en la medida de lo que sea necesario para nuestro mayor crecimiento. 


Que cada uno de nuestros pensamientos, emociones y acciones se convierta en una ofrenda para nuestro servicio a la luz divina. 


Que así sea.


R-I-62

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Tu consciencia no es tuya

La llama que arde en cada uno es la misma que enciende el Todo.”


Comúnmente, se percibe la consciencia como algo individual. Se cree que la consciencia que observa, piensa, siente y decide está vinculada a una identidad personal, asociada al cuerpo y la mente. Esta es la perspectiva del ego: una construcción que se identifica con un nombre, una historia, unas creencias, logros y fracasos.


Sin embargo, esta consciencia personal es solo una apariencia. En verdad, no se trata de algo que se posee, sino de una corriente de la que se participa. Es una consciencia universal, sin forma ni límites, a la que se alude con nombres como Dios, Fuente, Vacuidad o Ser.


Puede ilustrarse con la imagen de una bombilla: la luz que emite no le pertenece, sino que revela la electricidad que la atraviesa. Del mismo modo, la consciencia no es generada por un cerebro o una mente individual, sino que manifiesta una presencia universal que fluye a través de cada ser.


Cuando la bombilla “reconoce” que la luz no proviene de sí misma, sino de la electricidad, ocurre una comprensión. A esto se le llama a veces un “despertar”. [Victoria (Netzaj)]. Surge entonces una desidentificación con la bombilla particular, y se revela la unidad con la corriente: la unidad con la Fuente.


Desaparece la ilusión de ser el autor de los pensamientos, decisiones o logros. Los pensamientos continúan surgiendo, pero ya no se adjudican a un “yo” separado. También se disuelve la necesidad de inflar un ego espiritual: frases como “yo medito bien” o “yo estoy más avanzado” pierden fuerza, porque se reconoce que toda capacidad, creación o expresión, no proviene del individuo, sino que es manifestación de esa consciencia universal actuando en el mundo.


Lo que suele llamarse “yo” es apenas una manifestación temporal de algo inmenso: un reflejo de la Consciencia Divina experimentándose a Sí misma en infinitas formas.

Dios no está separado, observando desde algún lugar lejano. No se es criatura de Dios, sino expresión viva de Dios. Un rostro entre los infinitos rostros de lo divino.



Que recordemos que no somos un ego separado, ni los verdaderos autores de nuestros pensamientos, emociones u obras.


Que la ilusión del “yo” individual se disuelva en la luz de la verdad, y podamos reconocernos como expresiones vivas de la Consciencia Divina.


Que nos dejemos atravesar por la Fuente sin resistencia, y que cada palabra, cada gesto, sea reflejo de lo eterno manifestándose en el tiempo.


Que la unidad con lo sagrado se revele en cada instante, y vivamos como la proyección de Dios que somos, sin desvíos, sin olvido.



R-I-61

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Una práctica que atraviesa la vida


Muchas personas llegan a una práctica espiritual con preguntas muy parecidas: ¿Cuántas veces a la semana hay que venir? ¿Cuándo se ven los resultados? ¿Debo cambiar mi dieta? ¿Es mejor empezar por un curso estructurado?

Son preguntas legítimas. Pero también son un reflejo de cómo funciona nuestra mente cuando está entrenada para vivir en función de la productividad, el control y la inmediatez.


En una sociedad centrada en el consumo, todo lo que no promete resultados rápidos parece sospechoso o poco útil. La paciencia no se vende. El silencio no se promueve. Y el esfuerzo sostenido no se premia.


Pero el camino espiritual —como el yoga, la meditación o cualquier disciplina de conciencia— no es un programa de resultados. No tiene fórmula ni línea de llegada. Es una forma de estar en la vida, de observar, de encarnar el cuerpo, de estar en relación.


No se trata de cuántas veces venimos a clase, sino de qué hacemos con lo que experimentamos.
No se trata de si somos veganos o vegetarianos, sino de cómo vivimos nuestras decisiones con conciencia.
No se trata de si meditamos veinte minutos al día, sino de si podemos llevar algo de esa claridad a los momentos difíciles.


La práctica empieza en el mat, pero no termina ahí. Continúa …en la espera, en la conversación difícil, en el tránsito, en la fatiga, en la contradicción.
En cómo respondemos, en qué elegimos sostener, en qué estamos dispuesto a soltar.

No hay atajos.


Al principio requiere más esfuerzo, porque todo lo nuevo implica una reeducación interna. Pero con el tiempo, la práctica se vuelve parte de uno.
El cuerpo, la mente y la atención se afianzan en una nueva manera de estar.


El progreso real muchas veces no se nota.
Sucede en silencio, cuando dejamos de forzar, de resistir o de buscar algo a cambio.
Sucede cuando seguimos practicando. Seguimos respirando. Seguimos observando.


Que la paciencia sea más fuerte que la prisa.

Que la constancia se arraigue en cada paso.

Que no nos mueva el deseo de resultados, sino el amor por el camino.

Que no nos detenga el juicio de la mente, ni el ruido del mundo.

Hoy elegimos permanecer.

Hoy elegimos respirar y volver, una y otra vez, al centro que nos sostiene.

Nada externo puede apurar el florecimiento del alma.

Confiamos en el proceso, honramos el silencio, y agradecemos cada instante de presencia.

Así es.

Gracias, gracias, gracias.


R-I-60

jueves, 30 de octubre de 2025

Tomar el regalo de la confianza


“Todo está fluyendo. Lo único que pide la vida es que abras la puerta.”


“La confianza está allí, yo no la fabrico, yo no la creo, sólo está.”


A veces, en nuestro anhelo de crecer, de sentirnos más plenos o en paz, miramos hacia afuera, como si lo que nos falta estuviera allá, en lo que aún no llega. Pensamos que es la falta de oportunidades lo que nos detiene… pero si nos damos un respiro tal vez notemos que no siempre es así.


Puede que el verdadero límite no esté en lo que falta, sino en lo que aún no se abre dentro de nosotros. Una parte que se resiste, que duda, que no encuentra la confianza suficiente para dar el paso. Y esa confianza, tan necesaria para sentirnos sostenidos al avanzar, tal vez no fue del todo evidente en nuestros primeros años. No porque alguien haya querido negárnosla, sino porque, a veces, quienes nos criaron también cargaban con sus propias sombras, con sus propias cerraduras, con sus propias historias sin resolver.


No hay juicio en esto. Solo una mirada honesta y compasiva. Un reconocimiento de lo que fue… y también de lo que puede ser.


Cuando esa sombra aparece más adelante en la vida, podemos sentirnos en una especie de cruce silencioso. Por un lado, la familiaridad de cerrarnos, de repetir antiguos patrones, de quedarnos donde estamos. Por otro, algo más sutil: una invitación suave pero insistente a abrirnos. Una energía misteriosa que toca la puerta del alma… y un anhelo del alma por abrirla.


La confianza no depende de uno ni de lo que haya faltado en el pasado. Viene de otro lugar. De una Fuente más profunda, más sabia, que siempre ha estado ahí… aunque no siempre la hayamos notado. Una energía viva que nos atraviesa, que nos conforma, que nos sostiene, y que, en realidad, nunca ha dejado de confiar en nosotros.


Quizás esa sea la clave: recordar que esa confianza no tiene que ser fabricada, ni demostrada. Solo necesita ser reconocida. Sentida. Permitida. Porque ya está en ti. En tu respiración. En tu latido. En esa parte tuya que, incluso en medio del miedo, quiere vivir plenamente.


No hay apuro. No hay exigencia. Solo una posibilidad que se va abriendo, como se abre una flor: a su tiempo, en su modo, en su verdad.



Que podamos reconocer, en lo más íntimo,
esa corriente viva que ya fluye en nosotros.
No como una promesa lejana,
sino como una verdad presente,
como un chorro de energía confiada que el Universo derrama en nosotros.


Que, si alguna vez aprendimos a contenerlo,
a encapsularlo por miedo o por protección,
no nos juzguemos por ello.
Pero que tampoco lo demos por perdido.
Porque esa confianza no se marchita,
solo espera nuestro permiso para fluir.


Que tengamos el valor de abrir las compuertas internas,
aunque sea por un instante.
De salir del pasmo con la humildad de quien no sabe cómo,
pero se permite sentir.


Y que en ese acto sutil —tan simple como verdadero—
algo dentro de nosotros recuerde
que la vida ya confía en nosotros.
Y que confiar en ella
es volver a ser río.


R-I-58

miércoles, 22 de octubre de 2025

Corrupción

 “La corrupción comienza cuando olvidamos que somos tierra, agua y tiempo.”


A veces, la vida nos enreda. Nos aferramos a ideas, a la prisa, a los juicios. Hay una necesidad de demostrar algo, de ganar, de sobresalir. En esos momentos, es posible que una quietud distinta nos llame. Voltear la mirada hacia la naturaleza. Y, simplemente, observarla.


Un árbol no discute con otro. Simplemente está. El río no busca otra dirección. No se detiene a ver si es comprendido. Sigue su curso. Una semilla no germina más rápido que otra. Germina cuando le toca, en su propio momento... En esta observación, quizás se revele algo.


Nosotros, a veces, olvidamos que somos parte de esto. Que también somos naturaleza. Y nos enredamos en ideas, en urgencias, en juicios, en discusiones. Perder la noción de esta conexión, de nuestra propia naturaleza esencial, puede ser una forma de corrupción. Una desviación. Una traición a lo que somos en lo más profundo. Una desconexión.


La naturaleza es bella, generosa, paciente, sanadora, sabia. Es una fuente que inspira con gracia propia. Al sintonizar con su ritmo, tal vez descubramos un espacio silencioso. Un espacio donde nada falta ni sobra. Solo estar. Solo sentir.



Que recordemos lo que somos antes del ruido,

antes de los enredos y las urgencias.

Que podamos reconocer cómo nos hemos desviado,

y en esa lucidez, volver.

Volver a la integridad sencilla de la naturaleza,

que no compite, no se justifica, no se corrompe.

Que volvamos al pulso que nos sostiene,

y desde ahí, habitemos el mundo.


R-I-57

jueves, 2 de octubre de 2025

PROGRESION, donde la forma se suelta

Al contemplar el fluir de la vida y sus desafíos, a menudo se encuentra uno en una encrucijada interna. Es en ese espacio de reflexión donde surge una pregunta fundamental sobre la forma de habitar el mundo.  

No es necesario escribir para seguir existiendo. No es necesario enseñar para dejar una marca. No es necesario quedarse en una forma para que la existencia continúe. Porque no somos solo un cuerpo, ni una historia, ni un nombre. Existe una conciencia que se expresa a través de cada forma, una chispa que ha descendido para recordar lo alto desde lo bajo.


Ese miedo que a veces se siente —esa punzada sutil o brutal— no surge del final de la existencia. Emerge de la creencia de que terminar es desaparecer. De la idea de que, sin un esfuerzo visible, todo se pierde. Pero no es así.


La Vida no se extingue con el silencio, ni se apaga si no se logra dejar un legado. Porque ya se es parte de un legado eterno. No se comenzó con el nacimiento, ni se acabará con el último aliento.


Sin embargo, esto no resta importancia al esfuerzo. La Vida necesita de nuestra manifestación, no para sostenerse a sí misma, sino para expresarse plenamente en este mundo. La existencia no está aquí para garantizar la eternidad de un concepto individual, sino para encarnar lo eterno en lo efímero. Para elevar la materia. Para traer la esencia más elevada a la tierra. Para recordar que lo divino se realiza cuando tú despiertas.


No hay nada que demostrar, pero sí mucho que amar, que cuidar, que transformar. Y a veces, el acto más sagrado no es resistir, ni controlar, sino soltar: soltar el miedo a no perdurar, soltar la ilusión de que solo lo visible tiene valor. Porque justo ahí, cuando la idea de un yo individual deja de aferrarse, comienza lo verdadero: el trabajo de ser un canal vivo de la Luz que no muere.


Que recordemos quiénes somos,
que soltemos lo que ya no nos sostiene,
que la Luz encuentre en nosotros un cauce natural
.


Que nuestras palabras, pensamientos y actos
sean reflejo fiel de lo Alto.


Que toda resistencia se transf
orme en apertura,
y todo miedo en comprensión.


Que se manifieste la Paz, el Orden y el Bien.
Gracias Padre-Madre,
porque ya es así
.



R-I-56