En un mundo saturado de información y mediadores, la espiritualidad ha quedado muchas veces confiada a templos, estructuras y figuras de autoridad. La búsqueda se orienta hacia lo externo: palabras ajenas, rituales heredados, promesas futuras. Pero el lugar de la verdad permanece siempre en el interior.
El misticismo, en su sentido más profundo, no es una práctica esotérica ni reservada a unos pocos. Es la experiencia directa de la unidad entre el ser y lo divino. Es el reconocimiento de que la consciencia no está separada de la Fuente, sino que es expresión de ella.
Las enseñanzas de Jesús pueden entenderse desde esta clave. Su mensaje no fue el de erigir jerarquías, sino el de recordar que el Reino se encuentra en lo íntimo de cada uno. La unidad que proclamaba no se refería a una distancia que había que superar, sino a un velo que debía caer.
La mayor barrera frente a lo sagrado es la creencia de que solo otros tienen acceso. Los maestros, los guías o los textos pueden señalar una dirección, pero el recorrido hacia el templo interior es personal e intransferible.
En este sentido, el misticismo devuelve al ser humano la responsabilidad de su propio camino. Recordarle que es a la vez templo, ofrenda y presencia de lo divino. Ese camino se abre tanto en el silencio contemplativo como en la reflexión consciente. Aquietar la mente permite escuchar lo que ya habita en lo profundo; pero también lo hacen el estudio, la pregunta existencial y el diálogo sincero con uno mismo.
Así, la espiritualidad se convierte en un viaje interior que se despliega a medida que la consciencia se aquieta, se interroga y se abre a su propia fuente.
Que recordemos en todo momento que la Luz Divina habita en nosotros y se expresa a través de nuestro ser.
Que nuestras mentes se aquieten y se abran para recibir las ideas puras, y que nuestro corazón se mantenga receptivo y claro, libre de temor o duda.
Que cada pregunta que nazca en nosotros nos acerque más a la Verdad, y que cada reflexión nos muestre con claridad el camino correcto.
Que todo lo que pensamos, sentimos y hacemos se armonice con la Presencia de Dios en nosotros, y que esta certeza nos acompañe en cada paso, en cada palabra y en cada silencio.
Que sepamos que somos templos vivos, canales de bien y expresión de la Fuente infinita, y que en nuestra unión con lo divino hallamos siempre paz, claridad y plenitud.
R-I-63
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