miércoles, 12 de noviembre de 2025

Tu consciencia no es tuya

La llama que arde en cada uno es la misma que enciende el Todo.”


Comúnmente, se percibe la consciencia como algo individual. Se cree que la consciencia que observa, piensa, siente y decide está vinculada a una identidad personal, asociada al cuerpo y la mente. Esta es la perspectiva del ego: una construcción que se identifica con un nombre, una historia, unas creencias, logros y fracasos.


Sin embargo, esta consciencia personal es solo una apariencia. En verdad, no se trata de algo que se posee, sino de una corriente de la que se participa. Es una consciencia universal, sin forma ni límites, a la que se alude con nombres como Dios, Fuente, Vacuidad o Ser.


Puede ilustrarse con la imagen de una bombilla: la luz que emite no le pertenece, sino que revela la electricidad que la atraviesa. Del mismo modo, la consciencia no es generada por un cerebro o una mente individual, sino que manifiesta una presencia universal que fluye a través de cada ser.


Cuando la bombilla “reconoce” que la luz no proviene de sí misma, sino de la electricidad, ocurre una comprensión. A esto se le llama a veces un “despertar”. [Victoria (Netzaj)]. Surge entonces una desidentificación con la bombilla particular, y se revela la unidad con la corriente: la unidad con la Fuente.


Desaparece la ilusión de ser el autor de los pensamientos, decisiones o logros. Los pensamientos continúan surgiendo, pero ya no se adjudican a un “yo” separado. También se disuelve la necesidad de inflar un ego espiritual: frases como “yo medito bien” o “yo estoy más avanzado” pierden fuerza, porque se reconoce que toda capacidad, creación o expresión, no proviene del individuo, sino que es manifestación de esa consciencia universal actuando en el mundo.


Lo que suele llamarse “yo” es apenas una manifestación temporal de algo inmenso: un reflejo de la Consciencia Divina experimentándose a Sí misma en infinitas formas.

Dios no está separado, observando desde algún lugar lejano. No se es criatura de Dios, sino expresión viva de Dios. Un rostro entre los infinitos rostros de lo divino.



Que recordemos que no somos un ego separado, ni los verdaderos autores de nuestros pensamientos, emociones u obras.


Que la ilusión del “yo” individual se disuelva en la luz de la verdad, y podamos reconocernos como expresiones vivas de la Consciencia Divina.


Que nos dejemos atravesar por la Fuente sin resistencia, y que cada palabra, cada gesto, sea reflejo de lo eterno manifestándose en el tiempo.


Que la unidad con lo sagrado se revele en cada instante, y vivamos como la proyección de Dios que somos, sin desvíos, sin olvido.



R-I-61

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