“Todo está fluyendo. Lo único que pide la vida es que abras la puerta.”
“La confianza está allí, yo no la fabrico, yo no la creo, sólo está.”
A veces, en nuestro anhelo de crecer, de sentirnos más plenos o en paz, miramos hacia afuera, como si lo que nos falta estuviera allá, en lo que aún no llega. Pensamos que es la falta de oportunidades lo que nos detiene… pero si nos damos un respiro tal vez notemos que no siempre es así.
Puede que el verdadero límite no esté en lo que falta, sino en lo que aún no se abre dentro de nosotros. Una parte que se resiste, que duda, que no encuentra la confianza suficiente para dar el paso. Y esa confianza, tan necesaria para sentirnos sostenidos al avanzar, tal vez no fue del todo evidente en nuestros primeros años. No porque alguien haya querido negárnosla, sino porque, a veces, quienes nos criaron también cargaban con sus propias sombras, con sus propias cerraduras, con sus propias historias sin resolver.
No hay juicio en esto. Solo una mirada honesta y compasiva. Un reconocimiento de lo que fue… y también de lo que puede ser.
Cuando esa sombra aparece más adelante en la vida, podemos sentirnos en una especie de cruce silencioso. Por un lado, la familiaridad de cerrarnos, de repetir antiguos patrones, de quedarnos donde estamos. Por otro, algo más sutil: una invitación suave pero insistente a abrirnos. Una energía misteriosa que toca la puerta del alma… y un anhelo del alma por abrirla.
La confianza no depende de uno ni de lo que haya faltado en el pasado. Viene de otro lugar. De una Fuente más profunda, más sabia, que siempre ha estado ahí… aunque no siempre la hayamos notado. Una energía viva que nos atraviesa, que nos conforma, que nos sostiene, y que, en realidad, nunca ha dejado de confiar en nosotros.
Quizás esa sea la clave: recordar que esa confianza no tiene que ser fabricada, ni demostrada. Solo necesita ser reconocida. Sentida. Permitida. Porque ya está en ti. En tu respiración. En tu latido. En esa parte tuya que, incluso en medio del miedo, quiere vivir plenamente.
No hay apuro. No hay exigencia. Solo una posibilidad que se va abriendo, como se abre una flor: a su tiempo, en su modo, en su verdad.
Que podamos reconocer, en lo más íntimo,
esa corriente viva que ya fluye en nosotros.
No como una promesa lejana,
sino como una verdad presente,
como un chorro de energía confiada que el Universo derrama en nosotros.
Que, si alguna vez aprendimos a contenerlo,
a encapsularlo por miedo o por protección,
no nos juzguemos por ello.
Pero que tampoco lo demos por perdido.
Porque esa confianza no se marchita,
solo espera nuestro permiso para fluir.
Que tengamos el valor de abrir las compuertas internas,
aunque sea por un instante.
De salir del pasmo con la humildad de quien no sabe cómo,
pero se permite sentir.
Y que en ese acto sutil —tan simple como verdadero—
algo dentro de nosotros recuerde
que la vida ya confía en nosotros.
Y que confiar en ella
es volver a ser río.
R-I-58
No hay comentarios:
Publicar un comentario