miércoles, 23 de julio de 2025

El recipiente donde la luz se revela


En muchos momentos de la vida, surge la pregunta:

¿Qué es lo que realmente soy?

Y una de las respuestas posibles es esta:
un canal, un medio, una forma a través de la cual la Luz puede manifestarse.


La Luz no cambia.
Es una. Constante. Pura.
Lo que varía es cómo se expresa, cómo se percibe, cómo se comparte.


Lo que hace que una vela, una lámpara o un proyector emitan una luz distinta
no es la fuente misma… sino el recipiente.
La estructura, el filtro, la materia a través de la cual esa luz se proyecta.


Y así también ocurre con la conciencia humana.


Cada ser es un tipo de recipiente.
Cada historia, cada cuerpo, cada emoción, cada pensamiento,
forma parte de ese molde que permite que la Luz —la sabiduría, el amor, la vida—
tome una forma única al pasar por él.


Desde esta mirada, el trabajo no es crear la Luz,
ni tampoco buscarla afuera,
sino preparar el canal interior.


Afinar la percepción.
Cuidar los sentidos.
Ser conscientes de lo que se permite entrar:
a través de los ojos, de los oídos, de la palabra, de la boca...


Todo lo que entra, transforma.
Y lo que se transforma en el interior,
modifica el modo en que la Luz se expresa hacia el exterior.


Cuando el recipiente está más limpio, más equilibrado, más abierto,
la Luz puede atravesarlo con más claridad.
Con menos interferencias.
Con mayor alcance.


Este proceso no tiene urgencia, pero sí dirección.
No exige perfección, pero sí presencia.


Cada elección consciente es parte de ese refinamiento.


Y en ese refinamiento,
no solo se transforma la vida interior…
sino también el mundo que rodea.

Porque un recipiente que deja pasar la Luz,
la expande.


Y esa expansión, inevitablemente, toca a los demás.




Que podamos seguir puliendo, con paciencia y amor,

el recipiente que somos.

Que cada decisión consciente nos permita reflejar con mayor pureza

la Luz que nos atraviesa.

Que sepamos cuidar lo que dejamos entrar,

para ofrecer al mundo lo mejor de lo que cuidamos dentro.

Y que, paso a paso,

seamos canales cada vez más claros de esa presencia luminosa

que habita en lo profundo.

Amén.



R-I-52

lunes, 21 de julio de 2025

Lo que sí funciona cuando lo demás no


Vivimos rodeados de promesas fáciles: “Si se piensa positivo, se atraerá lo que se desea”. “Si se repiten estas palabras, el universo lo dará”. Estas frases, que se repiten a menudo en las redes y discursos espirituales, parecen tener la respuesta, pero no siempre logran generar los cambios que se esperan. La razón puede estar en que, detrás de esas palabras, hay algo mucho más profundo que necesita ser transformado, algo que no se resuelve únicamente con afirmaciones superficiales.


El cambio real no llega simplemente con la repetición de frases. No es suficiente con visualizar un futuro prometedor si la percepción de la realidad sigue anclada en los mismos patrones de siempre. Las afirmaciones, por más positivas que sean, no penetran en lo más profundo del ser, donde residen miedos, creencias limitantes y viejas emociones no procesadas. El alma no se ve convencida por lo que la mente repite cuando no se genera un verdadero cambio en la forma de percibir el mundo.


El trabajo verdadero comienza cuando se decide romper con la comodidad del autoengaño. Es fácil creer que todo está bien cuando, en lo más profundo, se sabe que no es así. El victimismo, la queja constante y las excusas son mecanismos en los que la mente puede refugiarse. Sin embargo, la transformación real surge cuando se deja de esperar que todo cambie de manera mágica y se empieza a hacer algo al respecto. La transformación es, en realidad, un esfuerzo consciente.


Cambiar de percepción no ocurre en un instante. No es magia, ni un clic que ilumine todo. Es un proceso constante, donde se desmontan las estructuras de lo que limita. Implica tomar responsabilidad por los propios pensamientos, creencias y emociones. Implica mirar dentro, ver la verdad detrás de las máscaras, reconocer lo que aún se arrastra desde el pasado. Y, lo más difícil de todo, dejar atrás las excusas que se han convertido en una forma de mantenerse en el mismo lugar.


Este proceso de transformación no necesita hacerse en soledad. A veces, es necesario buscar apoyo, sea profesional, espiritual o comunitario. Como bien se sabe, nadie sana por completo sin el apoyo de otros. A veces, el camino hacia el cambio se recorre mejor acompañado, con herramientas y orientación que nos ayuden a abrir nuevas perspectivas y desbloquear lo que nos impide avanzar.


Cuando se empieza a hacer este trabajo interior, es como si se abriera una nueva visión del mundo. Los problemas o dificultades  no desaparecen, pero la forma de enfrentarlos cambia. Ya no se perciben como obstáculos insuperables, sino como oportunidades para poner en práctica la nueva percepción de la vida, cultivada con paciencia y consciencia.


Al final, ser feliz no es un regalo ni una consecuencia del azar, sino el resultado de un trabajo continuo. Un trabajo interno de alineación, de sinceridad y de valentía para enfrentar las sombras, para hacer frente a lo que se teme, y sobre todo, para ser auténtico con lo que uno es. Y es en este proceso de transformación, día tras día, donde se encuentra una felicidad profunda, no como un destino, sino como una forma de caminar por la vida.



Hoy, con humildad, nos abrimos al proceso del cambio. Sabemos que no depende solo de nuestra voluntad, sino de la luz que, en silencio, nos guía desde dentro. Pedimos claridad para soltar lo que ya cumplió su ciclo, para mirar con nuevos ojos lo que aún nos duele, y para habitar la verdad que empieza a revelarse. Con cada paso, elegimos estar presentes, con paciencia y fe, sabiendo que cada desafío trae consigo una enseñanza. Que nuestro caminar sea guiado por la sabiduría que nos sostiene, y que nunca falte en nosotros la gratitud.




R-I-51

martes, 8 de julio de 2025

La fuerza de lo invisible

 


¿Vemos la electricidad?
 No, pero está allí. No la vemos directamente, pero sentimos su efecto en la luz que nos rodea, en el calor que genera, en la energía que impulsa la vida moderna. Su existencia no depende de nuestra percepción visual, sino de su manifestación.


¿Vemos el viento? No, pero lo sentimos. Lo percibimos en su movimiento, en su roce sobre nuestra piel, en la danza de las hojas y las olas. No podemos atraparlo, pero su presencia es innegable. 


¿Vemos el amor? No, pero lo experimentamos. El amor es más que un sentimiento pasajero: es un impulso que nos une, que nos desafía, que nos transforma. No siempre es fácil, ni siempre es dulce, pero su presencia marca nuestras vidas. Se manifiesta en el sacrificio, en la comprensión, en el crecimiento mutuo. Aunque no podemos verlo ni medirlo, su impacto es profundo.


¿Tienen explicación? No, solo descripción. Podemos describir el viento, la electricidad o el amor, pero su esencia trasciende las palabras. Lo mismo ocurre con lo divino: no siempre podemos explicarlo, pero sí podemos experimentarlo.


¿Tienen racionalidad? No, solo intuición. La mente busca respuestas concretas, pero hay cosas que solo se comprenden con el corazón. La intuición nos conecta con lo que la razón no puede abarcar, con lo que sentimos sin necesidad de verlo.


¿Y Dios? No lo vemos, pero está allí. No lo tocamos, pero lo sentimos. No lo medimos, pero lo experimentamos. Se manifiesta en la vida, en la conexión, en la luz que nos guía, en el amor que nos transforma. Su presencia no se demuestra, se vive.


Así como el viento mueve las hojas y la electricidad enciende la luz, lo divino actúa en nosotros. No necesitamos verlo con los ojos, sino con el alma abierta. La clave no está en buscar pruebas, sino en permitirnos sentir, en estar atentos, en dejarnos transformar por aquello que trasciende la lógica y nos eleva más allá de nosotros mismos.



Que reconozcamos la presencia divina en todo lo que nos rodea, que sintamos su amor transformador en cada experiencia, que confiemos en la intuición que nos guía hacia lo elevado. Que abramos nuestros corazones para recibir la luz que siempre está con nosotros, aún cuando no la vemos, y que nuestra conexión con lo divino nos impulse a vivir con paz, amor y gratitud en todo momento.

Que así sea, que así se cumpla, siempre en armonía con el plan divino.




R-I-50