Cuando el mal irrumpe en el flujo de una energía que está cumpliendo su función, la desestabiliza y desvía. Si uno, en el cumplimiento de su tarea u objetivo, no mantiene el enfoque, cualquier energía de fuera va a irrumpir, y ello va a afectar nuestro desarrollo personal, nuestra integridad y conexión espiritual.A veces dicha energía, puede parecer inofensiva, incluso divertida, e incluso puede venir de personas del entorno, que de manera inconsciente reclaman tu atención. Pero hay que ser claros y mantenernos enfocados, sin perder la amabilidad.
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Tenemos un alma que ha venido a la existencia física para efectuar sus proyectos, pero también es cierto que nuestro camino de vida es un proceso continuo de rectificación y crecimiento, donde día a día nos esforzamos por alinear nuestras acciones con los principios éticos.
Cualquier actividad es digna cuando está alineada con el propósito de vida. Trabajar con dedicación y esmero en cualquier oficio es una manera de honrar la vida y las capacidades que se nos han dado.
Esto es develar la luz oculta en la oscuridad.
Los seres humanos somos el proyecto de Dios, nuestra presencia representa su grandeza, por lo que es nuestro deber manifestar los valores divinos cada día. Levantarnos cada mañana va mucho más allá de una necesidad de ganarnos el pan. Que nuestra motivación al levantarnos cada mañana sea concretizar paso a paso, nuestros ideales y valores, trabajar activamente para un universo mejor.
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El tiempo es un recurso precioso y un regalo divino que debemos valorar. El tiempo no es oro, como solemos escuchar. El tiempo es Vida.
El tiempo es más que una simple medida de valor material como el oro; el tiempo es vida en sí mismo, una oportunidad única y sagrada que nos permite crecer, aprender y conectar con lo que realmente importa.
El crecimiento es interminable, y si bien nunca alcanzaremos la perfección, ese mismo anhelo inalcanzable es lo que nos impulsa. Al no poder alcanzar la perfección, nos aferramos al deseo de mejorar, y al perseguir este deseo sin fin, descubrimos y revelamos nuestro verdadero potencial, convirtiendo el proceso de búsqueda en una fuente constante de crecimiento y realización personal.
Que cada día mantengamos el enfoque en nuestras acciones, iluminados por divinidad que nos guía hacia la realización plena.
Que nos reconozcamos como hijos amados de Dios, reflejando su luz en cada pensamiento y acto.
Que trabajemos con dedicación y entusiasmo, honrando cada tarea como una oportunidad para expresar el amor y la perfección divina.
Que cada mañana nos levantemos con la convicción firme de manifestar los valores eternos en nuestras acciones cotidianas, siendo conscientes de que somos instrumentos del plan divino en la Tierra.
Que valoremos el tiempo como un regalo sagrado de Dios, una oportunidad para aprender, crecer y conectar con la esencia misma de nuestra existencia.
Que mantengamos viva la llama del deseo de mejora continua, guiados por la sabiduría y la luz interior, para que nuestro camino sea una senda de evolución espiritual y realización personal.
(Reflexiones sobre anotaciones en la Escuela de Psicología y Cábala)
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El Faro del Horizonte
En un pequeño pueblo costero, vivía un joven llamado Lucas. Desde que tenía memoria, Lucas había escuchado las historias sobre un faro misterioso en el horizonte, un faro cuya luz brillaba siempre, pero que nadie había logrado alcanzar. Los ancianos del pueblo contaban que este faro tenía la magia de la perfección del alma, algo que todos anhelaban pero que nadie se aventuraba a buscar más allá de las aguas conocidas.
Intrigado por estas historias, Lucas decidió que su misión sería alcanzar el faro. Armado con su pequeño bote y una determinación inquebrantable, comenzó su viaje al amanecer. Día tras día, navegaba hacia la luz del faro, sin importarle las tormentas o el cansancio. Sin embargo, cada vez que creía estar más cerca, el faro parecía alejarse un poco más.
Al principio, Lucas se sintió frustrado. ¿Cómo podía ser que, a pesar de sus esfuerzos, no lograra alcanzar el faro? Cada día de navegación, cada tormenta superada, cada nueva estrella descubierta en el cielo nocturno, no parecía un buen precio a pagar por lo que él tanto quería. Pese a ello, mientras reflexionaba bajo el cielo estrellado comprendió que cada experiencia le enseñaba algo valioso.
Con el tiempo, Lucas se dio cuenta de que su constante anhelo de alcanzar el faro le había llevado a aprender habilidades que nunca había imaginado. Se convirtió en un navegante experto, conoció a personas de lugares lejanos, y descubrió la belleza del mar en todas sus facetas. Empezó a ver cada día como una oportunidad para crecer y mejorar, no solo en la navegación, sino también como persona.
A medida que pasaban los años, Lucas entendió que el faro era un símbolo de perfección, una meta que nunca se podría alcanzar. Pero en lugar de sentirse desanimado, encontró alegría en el continuo esfuerzo por mejorar. Su búsqueda interminable reveló su verdadero potencial y le permitió vivir una vida plena y rica en experiencias.
Lucas regresó a su pueblo, no con la luz del faro, sino con una luz interior que brillaba intensamente. Compartió sus historias y conocimientos con todos, inspirando a otros a perseguir sus propios faros, sabiendo que aunque nunca los alcanzarían, el viaje les llevaría a descubrir lo mejor de sí mismos.
Así, en el corazón de Lucas, y en el corazón de todos los que se atrevían a soñar, el faro del horizonte seguía brillando, no como una meta inalcanzable, sino como un recordatorio de que el verdadero tesoro estaba en el viaje hacia la perfección.