Es entonces cuando comienza el trabajo espiritual. Ya no se trata solo de sostener el equilibrio alcanzado, sino de desarrollar nuestras potencialidades y descubrir la misión del alma. El equilibrio emocional es una etapa transitoria, no un punto de llegada. La paz interior no se obtiene con el alta, sino que se construye día a día, con esfuerzo consciente y amoroso.
Cada jornada nos presenta desafíos, conflictos y tensiones externas que intentan desestabilizarnos. Pero ahora contamos con recursos internos que nos permiten responder sin desgastarnos, distribuyendo nuestra energía de forma más armónica. Nos hemos centrado en sanar lo individual y en fortalecer el yo. Desde esa base firme, podemos dar un paso más: mirar hacia lo trascendente.
Comprendemos que no estamos aislados, sino que formamos parte de una realidad más vasta, un sistema vivo y sagrado. Hemos venido a la Tierra con un propósito mayor, y al alcanzar cierta estabilidad interior, ese llamado se vuelve más claro.
¿Cuáles son mis talentos? ¿Qué me apasiona tanto que lo haría incluso sin recibir nada a cambio? Esa pasión genuina es la huella del alma: una chispa divina que nos impulsa a crear, servir y florecer. El propósito ya no es solo una búsqueda personal, sino una responsabilidad sagrada. Desarrollar nuestro potencial se convierte en un acto de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Aquí comienza la etapa del refinamiento ético. El espíritu pide ser afinado como un instrumento: no se trata solo de lo que hacemos, sino del cómo. Actuar con autenticidad, humildad y coherencia es parte del proceso de transformación.
El trabajo espiritual es un camino sin final. Es la llamada constante a crecer, a conectarnos más profundamente con lo divino y a expresar, en cada acto cotidiano, nuestra verdad más esencial.
Que nuestras almas despierten al propósito profundo que nos trajo a esta vida.
Que el equilibrio que hemos alcanzado sea fortalecido cada día,
y que nuestra esencia se manifieste con autenticidad y humildad.
Nos abrimos al desarrollo de nuestros talentos y al florecimiento de nuestro potencial,
y con cada paso nos afinamos éticamente para reflejar la luz divina en todo lo que hacemos.
Que nuestra existencia sea un acto consciente de conexión y expansión,
un reflejo sincero de la misión que nuestra alma vino a cumplir.
Amén.
(R I-47)

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