viernes, 30 de mayo de 2025

El Dios que se recuerda en Nosotros



Hay una idea secreta —que vive en las grietas del alma que dice:
Dios no es algo lejano que todo lo ve.
Dios 
se retira.
Dios 
se fragmenta.
Dios 
se busca.


La creación no es un espectáculo perfecto.
Es una 
catástrofe sagrada.
Un estallido de luz que, al nacer, rompió los recipientes.
Y esa luz —ese Dios— cayó.
Cayó en los mundos.
En las piedras, en los árboles, en las lágrimas,
y también en ti.


Cada alma es un fragmento.
Cada ser humano es un 
eco de una memoria más vasta,
una chispa que recuerda, confusamente,
que alguna vez fuimos totalidad.

Y es en ti, en tus gestos más invisibles,
donde Dios 
intenta recordarse.


Cuando abrazas sin juicio,
cuando creas sin miedo,
cuando nombras la belleza de lo cotidiano,
cuando perdonas lo que dolió tanto…
estás reparando un pedazo de cielo.


Quizá Dios, al mirarte amar,
se acuerda por un instante de quién es.


Y entonces, hay un estremecimiento en lo invisible.
Un susurro en la nada que dice:
“Estoy volviendo a Mí.”


No estamos aquí para alcanzar a Dios como quien escala una cima.
Estamos aquí para 
darle casa.
Para 
reunirle.
Para 
ser sus manos y su corazón, recomponiéndose desde adentro.


No necesitas ser perfecto.
Solo fiel a ese fuego.
A ese susurro que te dice, aún en la sombra:
“Tú eres parte de Mi regreso.”



Oración de intencion de la clase de yoga


Que este día sea un recordatorio de la luz que siempre habita en nosotros,

incluso cuando la vida nos pide pausas,

incluso cuando la alegría se mezcla con la calma.


Que cada postura y cada respiración

sean una oportunidad para sanar,

para recordar que, en nuestra unidad y en nuestras diferencias,

estamos todos conectados a la fuente de lo divino.


Hoy nos damos permiso para ser completos,
para aceptar la totalidad de lo que somos,
y para abrazar la paz que está disponible en este momento.

Que esta intención fluya con cada respiración,

trayendo armonía, luz y amor a nuestras vidas.

Amén.


(R-I-48)

martes, 20 de mayo de 2025

Del trabajo individual al camino espiritual


El trabajo psicológico consiste en equilibrar nuestras emociones, sanar heridas del pasado y adquirir herramientas que nos permitan afrontar la vida con serenidad. Alcanzar un estado de paz y equilibrio interior es el primer gran objetivo. Pero una vez logrado, surge una pregunta inevitable: ¿y ahora qué?


Es entonces cuando comienza el trabajo espiritual. Ya no se trata solo de sostener el equilibrio alcanzado, sino de desarrollar nuestras potencialidades y descubrir la misión del alma. El equilibrio emocional es una etapa transitoria, no un punto de llegada. La paz interior no se obtiene con el alta, sino que se construye día a día, con esfuerzo consciente y amoroso.


Cada jornada nos presenta desafíos, conflictos y tensiones externas que intentan desestabilizarnos. Pero ahora contamos con recursos internos que nos permiten responder sin desgastarnos, distribuyendo nuestra energía de forma más armónica. Nos hemos centrado en sanar lo individual y en fortalecer el yo. Desde esa base firme, podemos dar un paso más: mirar hacia lo trascendente.


Comprendemos que no estamos aislados, sino que formamos parte de una realidad más vasta, un sistema vivo y sagrado. Hemos venido a la Tierra con un propósito mayor, y al alcanzar cierta estabilidad interior, ese llamado se vuelve más claro.


¿Cuáles son mis talentos? ¿Qué me apasiona tanto que lo haría incluso sin recibir nada a cambio? Esa pasión genuina es la huella del alma: una chispa divina que nos impulsa a crear, servir y florecer. El propósito ya no es solo una búsqueda personal, sino una responsabilidad sagrada. Desarrollar nuestro potencial se convierte en un acto de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás.


Aquí comienza la etapa del refinamiento ético. El espíritu pide ser afinado como un instrumento: no se trata solo de lo que hacemos, sino del cómo. Actuar con autenticidad, humildad y coherencia es parte del proceso de transformación.


El trabajo espiritual es un camino sin final. Es la llamada constante a crecer, a conectarnos más profundamente con lo divino y a expresar, en cada acto cotidiano, nuestra verdad más esencial.


Que nuestras almas despierten al propósito profundo que nos trajo a esta vida.


Que el equilibrio que hemos alcanzado sea fortalecido cada día,
y que nuestra esencia se manifieste con autenticidad y humildad.


Nos abrimos al desarrollo de nuestros talentos y al florecimiento de nuestro potencial,
y con cada paso nos afinamos éticamente para reflejar la luz divina en todo lo que hacemos.


Que nuestra existencia sea un acto consciente de conexión y expansión,
un reflejo sincero de la misión que nuestra alma vino a cumplir.


Amén.


(R I-47)

miércoles, 7 de mayo de 2025

La ilusión de ganar


En las interacciones humanas cotidianas es frecuente que surja, casi de forma imperceptible, un impulso competitivo. Una fuerza sutil que lleva a las personas a querer demostrar algo, a sobresalir, a sentirse ganadoras frente a los demás. Sin embargo, cuando se detienen a reflexionar, emerge una pregunta fundamental: ¿qué significa realmente ganar? ¿Qué se obtiene, en el fondo, al prevalecer sobre otro?


La cultura actual suele asociar el triunfo con validación, con una reafirmación de la propia valía. Pero esa sensación, aunque intensa, resulta fugaz. Una vez que pasa el momento de gloria, el vacío regresa, y el ego retoma su búsqueda incansable por nuevas formas de afirmación. Así, muchos terminan envueltos en una danza constante de comparación y rivalidad, perdiendo de vista lo más valioso: la experiencia de estar presentes, de compartir, de conectar desde el corazón.


Detrás del deseo de ganar suele ocultarse una necesidad más profunda: el anhelo de ser vistos, reconocidos, aceptados. Sin darse cuenta, se busca fuera lo que aún no se ha consolidado dentro. Y cuando el afán de victoria se convierte en el motor principal, se rompe la armonía natural del encuentro, y la esencia del vínculo humano se diluye.


Al observar con atención, se hace evidente que esa competencia interna no conduce a una plenitud auténtica. Lo que parecía un logro, muchas veces, revela ser una ilusión vacía, y el momento compartido pierde su pureza. Pero existe una alternativa: soltar la necesidad de imponerse y abrirse a la posibilidad de relacionarse con autenticidad y sencillez.


Cuando el impulso de ganar se disuelve, ya no hay nada que demostrar. El verdadero triunfo radica en ser uno mismo, en fluir sin pretensiones, en valorar el espacio compartido sin la urgencia de sobresalir. La verdadera grandeza no reside en vencer a otros, sino en transformar cada encuentro en una oportunidad para aprender, gozar y cultivar la paz.


Renunciar a la necesidad de prevalecer es, en sí misma, una forma de liberación. Es permitir que emerja una conexión más profunda con los demás y con uno mismo. Y desde ese lugar, el alma finalmente encuentra descanso.




Hoy manifestamos la claridad para reconocer lo verdaderamente importante.


Elegimos disfrutar cada momento sin la necesidad de imponernos o competir.


Nos abrimos a la experiencia compartida, valorando el encuentro sincero
y permitiendo que el amor y la alegría guíen nuestras acciones.


Renunciamos al impulso de demostrar o prevalecer,
y abrazamos la certeza de que ya somos suficientes.



(RI-46)