jueves, 24 de abril de 2025

Cuando la fe y el dolor se encuentran

 


El sufrimiento humano ha sido una constante en la historia de la espiritualidad y la reflexión existencial, pero la manera de afrontarlo varía según las experiencias y perspectivas personales. Dos figuras paradigmáticas en este aspecto son Job y Viktor Frankl, quienes enfrentaron el dolor desde perspectivas profundamente distintas.

En la tradición judeocristiana, Job representa al ser humano justo que, a pesar de su integridad y devoción, es sometido a un sufrimiento abrumador. Su búsqueda no se centra en transformar el dolor en sabiduría, sino en comprender el misterio de la justicia divina. La lucha de Job es esencialmente una demanda de sentido y coherencia moral ante lo que percibe como una contradicción entre la naturaleza divina y su experiencia de pérdida. No es que Job considere el dolor como un maestro, sino que intenta reconciliar su fe con el aparente sinsentido que lo envuelve. Al final, su honestidad es reconocida, pero el sufrimiento sigue siendo un enigma que no se resuelve completamente a través de la razón.


Por otro lado, Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, también enfrentó una devastación absoluta: la pérdida de su familia y su vida anterior en los campos de concentración nazis. Sin embargo, su respuesta al dolor fue radicalmente distinta. En lugar de buscar una justificación externa, Frankl halló sentido en medio del sufrimiento mismo, desarrollando su logoterapia basada en la idea de que encontrar un propósito es esencial para soportar las condiciones más adversas. Para Frankl, el sufrimiento puede adquirir un valor transformador si logramos dotarlo de significado, convirtiéndolo en una fuente de fortaleza interior en lugar de un obstáculo insuperable.


Aunque ambos relatos abordan el dolor humano desde perspectivas espirituales y existenciales, difieren profundamente en su interpretación y manejo. Mientras Job busca una respuesta externa que justifique su sufrimiento, Frankl explora el dolor desde una perspectiva interna y práctica, transformándolo en una oportunidad para trascender la desesperación. Así, uno busca reconciliarse con lo divino mientras el otro busca trascender el dolor a través del sentido personal.


Cada camino es un espejo en el que podemos contemplarnos, una puerta que nos llama a elegir: ¿buscaremos comprender el misterio o convertirlo en fuerza interior? Tal vez el verdadero poder radique en la posibilidad de abrirnos a ambas dimensiones, permitiendo que el dolor se convierta, tanto en pregunta sagrada como en semilla de transformación.


Que en cada prueba descubramos la semilla de una nueva fortaleza. Que el amor, la fe y la certeza de nuestro propósito nos sostengan en todo momento. Que recordemos siempre que nada ni nadie puede arrebatar nuestra libertad interior, y que cada experiencia nos acerque más a la luz de nuestra verdadera esencia. ¡Hecho está!



(Reflexionante I-45)

martes, 15 de abril de 2025

El nombre que no puede nombrarse



Lo que no puede ser contenido en palabras tampoco puede ser limitado por ellas. Aunque los seres humanos insistimos en nombrarlo todo, lo infinito escapa a cualquier intento de clasificación. Es como tratar de capturar el horizonte con las manos: siempre se extiende más allá. 


En la cábala, se le llama Ein Sof, lo ilimitado, lo que no tiene principio ni fin. No es un nombre en el sentido habitual, sino una indicación de que aquello que designa no puede reducirse a una forma concreta. Sin embargo, el lenguaje humano está hecho de símbolos, y a través de ellos se intenta acercarse a lo inefable. La paradoja es inevitable: se utilizan palabras para señalar lo que está más allá de toda palabra.


Lo mismo ocurre con la identidad. A lo largo de la vida, se adoptan nombres, títulos y relatos que ayudan a estructurar la experiencia. Sin embargo, detrás de todo ello hay algo más profundo, una esencia que no depende de ninguna etiqueta. Cuando todo lo añadido se disuelve, lo que permanece es lo que siempre ha sido: una existencia pura, sin necesidad de definición.


Desde tiempos inmemoriales, distintas tradiciones espirituales han contemplado esta verdad:


🔹 La teología negativa enseña que la única forma de aproximarse a lo divino es a través del silencio, dejando atrás toda descripción y todo límite impuesto por la mente.


🔹 En la cábala, los nombres sagrados no son meros sonidos o signos escritos, sino manifestaciones vivas de realidades que trascienden la comprensión humana. Cada nombre es una puerta hacia lo insondable, un reflejo de lo absoluto en la multiplicidad.


🔹 Lao-Tsé expresó esta idea con claridad en el Tao Te Ching: "El Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao." Lo que puede describirse ya ha sido reducido; lo esencial permanece más allá de las palabras.


Si lo supremo es inefable y todo en la existencia es su reflejo, quizás el mayor acto de conexión no sea definir, sino simplemente ser… ser en plena presencia, ser siendo. Más allá de todo pensamiento, más allá de todo límite, la verdad se revela en el puro existir.



Nos abrimos a la infinitud que somos, más allá de todo nombre, más allá de toda forma. Que la luz sin límites se revele en nosotros, y que en el silencio de ser pura presencia, encontremos la verdad que siempre ha sido.


(Reflexionante I-44) 

viernes, 4 de abril de 2025

Más allá de las formas

 



En el camino del despertar, la conciencia encuentra símbolos, ideas y figuras que iluminan la comprensión. Son señales en la ruta, puentes hacia una verdad más profunda. Sin embargo, cuando la mirada se fija en la forma en lugar del significado, aquello que debía guiar puede convertirse en un límite.


La mente busca seguridad en lo conocido, en aquello que parece estable e inmutable. Creencias, conocimientos, tradiciones o incluso logros personales pueden ser percibidos como cimas definitivas, cuando en realidad son solo escalones en un ascenso sin final. Si se abrazan sin espacio para la evolución, en lugar de expandir, encierran.


La verdadera sabiduría no se encuentra en la acumulación de ideas ni en la veneración de lo externo, sino en la capacidad de trascenderlo. Lo valioso no es la lámpara, sino la luz que emite; no es el sendero, sino la dirección a la que apunta.


Nada de lo que se manifiesta está ahí para ser adorado, sino para ser comprendido. La naturaleza misma enseña que todo cambia, todo fluye, y aferrarse a lo que un día fue revelación puede impedir que nuevas comprensiones se desplieguen.


Cada enseñanza, cada símbolo y cada experiencia cumplen su propósito cuando invitan a mirar más allá. Cuando en lugar de ser muros se convierten en ventanas, cuando en lugar de encerrar, liberan. Lo que ayer fue verdad puede hoy ampliarse, y lo que hoy se percibe con claridad puede mañana expandirse aún más.


Soltar las formas no significa rechazar lo que nos ha guiado, sino permitir que su luz continúe revelando nuevos caminos. La apertura es el signo de un espíritu que confía, de una conciencia que se permite recibir sin aferrarse.


Cuando la atención deja de posarse en lo externo y se abre al fluir de la verdad viva, todo se convierte en una revelación. No hay necesidad de buscar en lo inmutable lo que solo puede encontrarse en el movimiento de la conciencia despierta.



Nos abrimos a la luz que trasciende las formas, 

permitiendo que la verdad se revele sin límites.


Soltamos el apego a lo fijo,

abrazando la expansión constante del ser.


Que la claridad nos guíe más allá de lo visible,

y que cada enseñanza nos eleve hacia la esencia.


Amén.


 (Reflexionante I-43)