El sufrimiento humano ha sido una constante en la historia de la espiritualidad y la reflexión existencial, pero la manera de afrontarlo varía según las experiencias y perspectivas personales. Dos figuras paradigmáticas en este aspecto son Job y Viktor Frankl, quienes enfrentaron el dolor desde perspectivas profundamente distintas.
En la tradición judeocristiana, Job representa al ser humano justo que, a pesar de su integridad y devoción, es sometido a un sufrimiento abrumador. Su búsqueda no se centra en transformar el dolor en sabiduría, sino en comprender el misterio de la justicia divina. La lucha de Job es esencialmente una demanda de sentido y coherencia moral ante lo que percibe como una contradicción entre la naturaleza divina y su experiencia de pérdida. No es que Job considere el dolor como un maestro, sino que intenta reconciliar su fe con el aparente sinsentido que lo envuelve. Al final, su honestidad es reconocida, pero el sufrimiento sigue siendo un enigma que no se resuelve completamente a través de la razón.
Por otro lado, Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, también enfrentó una devastación absoluta: la pérdida de su familia y su vida anterior en los campos de concentración nazis. Sin embargo, su respuesta al dolor fue radicalmente distinta. En lugar de buscar una justificación externa, Frankl halló sentido en medio del sufrimiento mismo, desarrollando su logoterapia basada en la idea de que encontrar un propósito es esencial para soportar las condiciones más adversas. Para Frankl, el sufrimiento puede adquirir un valor transformador si logramos dotarlo de significado, convirtiéndolo en una fuente de fortaleza interior en lugar de un obstáculo insuperable.
Aunque ambos relatos abordan el dolor humano desde perspectivas espirituales y existenciales, difieren profundamente en su interpretación y manejo. Mientras Job busca una respuesta externa que justifique su sufrimiento, Frankl explora el dolor desde una perspectiva interna y práctica, transformándolo en una oportunidad para trascender la desesperación. Así, uno busca reconciliarse con lo divino mientras el otro busca trascender el dolor a través del sentido personal.
Cada camino es un espejo en el que podemos contemplarnos, una puerta que nos llama a elegir: ¿buscaremos comprender el misterio o convertirlo en fuerza interior? Tal vez el verdadero poder radique en la posibilidad de abrirnos a ambas dimensiones, permitiendo que el dolor se convierta, tanto en pregunta sagrada como en semilla de transformación.
Que en cada prueba descubramos la semilla de una nueva fortaleza. Que el amor, la fe y la certeza de nuestro propósito nos sostengan en todo momento. Que recordemos siempre que nada ni nadie puede arrebatar nuestra libertad interior, y que cada experiencia nos acerque más a la luz de nuestra verdadera esencia. ¡Hecho está!


