Todos los seres somos fragmentos del Infinito. Aunque a simple vista parezcamos separados, fragmentados por este mundo físico, existe una realidad esencial, más profunda, que lo conecta todo. Esa realidad está oculta detrás de las apariencias, detrás del ruido y de las sombras. Y, cuando no logramos verla, cuando olvidamos esa conexión, podemos sentirnos vacíos, limitados, angustiados.
Pero no debemos quedarnos en la superficie. Para alcanzar esa realidad esencial, para conectar con la luz que yace detrás de las sombras, es necesario un esfuerzo consciente. Este mundo es como una densa capa que debemos atravesar, quitando una a una las capas de oscuridad, para acercarnos cada vez más a la luz que necesitamos.
Es un proceso infinito. Y aquí está la clave: sin esa luz constante del conocimiento, de la sabiduría, ¿qué sucede? Nos encojemos. Nos volvemos pequeños, limitados, atrapados en la angustia.
¿Cómo penetrar esta realidad en busca de la luz? Hay tres caminos que nos acercan:
- Estudiar temas que expandan nuestra mente y nuestro espíritu. Porque cuando dejamos de aprender, la vasija que somos se reduce, se estrecha, y perdemos capacidad para recibir.
- Meditar, porque la meditación aclara nuestros pensamientos, afina nuestra percepción y nos prepara para recibir la luz.
- Trabajar en nuestros proyectos, y dedicarnos a lo esencial, incluyendo tiempo con nuestra familia y amigos. Porque en el acto de compartir y construir también revelamos la luz.
La vida no es monotonía. Cada día es una oportunidad para renovarnos, para vivir con entusiasmo. Este entusiasmo no aparece por sí solo; es algo que debemos trabajar, cultivar día a día, como una llama que cuidamos con amor.
Cuando mantenemos encendida la llama del entusiasmo, toda angustia comienza a disiparse. La luz de la plenitud entra en nuestra vida, y vivimos con más propósito y felicidad. Este es el poder de estar conectados con el Infinito.
Que la luz del conocimiento disipe las sombras que nos limitan
y expanda nuestra capacidad de recibir, compartir y crecer.
Que caminemos con claridad y sabiduría, alineados con el propósito de nuestra vida.
Que así sea, siempre en armonía con el bien mayor y el propósito divino.
(Reflexionante I-39)


